lunes, 27 de abril de 2015

Apología de la ignorancia



Para iniciar, quiero aclarar que en este escrito no hago referencia al insulto o a la forma peyorativa de “Ignorancia”, o “Ignorante”, queriendo expresar que alguien es “Estúpido” o “Bruto”, -que por cierto me parece bastante ingenuo-, sino a aquella ignorancia que hace referencia a la falta de conocimiento, a la que indica que no somos 'sabelotodos', que nos falta mucho por conocer.

Popularmente se tiene la creencia de que todo sobre un tema puede llegar a ser sabido, pero esto no es así. El conocimiento no es algo que pueda completarse, no es un rompecabezas en el que hay un determinado número de piezas. El conocimiento, yo diría, es como una noche estrellada; no importa cuántas estrellas se observen, siempre habrá muchísimas de las que no se tiene idea de que siquiera existen.

Otra idea común es esa de que los científicos son simplemente sujetos cuya única función y labor es colectar datos y ponerlos en grandes libros para ser estudiados. En realidad, saber una gran cantidad de cosas no hace al científico, pues no es el punto de ello. Lo importante de saber una gran cantidad de cosas, o del proceso de aprendizaje en sí mismo, es que genera más preguntas de las que resuelve. El conocimiento de un tema implica que se tendrá no sólo la capacidad para hacer más preguntas, sino también para hacer mejores preguntas, más útiles y, por qué no, más interesantes. En este caso, la ignorancia es consecuencia del conocimiento.

Pero la ésta no sólo es producto del conocimiento, sino que también puede ser un impulso para comenzar a querer aprender, buscar saber más. Estar consciente de ella, de tantas preguntas sin respuesta, puede generar un ansia de responder esos interrogantes. ¡Y oh, curiosidad! Al ser al mismo tiempo causa y efecto, se retroalimentan. Es decir, el tener una duda genera respuestas, que a su vez, generan aún más dudas.

Según decía James Clerk Maxwell: "La ignorancia completamente consciente es el preludio de cada avance real en la ciencia”. Pero no sólo en la ciencia, sino en el conocimiento en general. Y es que aceptar que somos ignorantes, que no “nos las sabemos todas”, ayuda bastante a romper prejuicios y dogmas; nos alienta a pensar “tal vez él pueda tener la razón” cuando estamos en medio de un argumento, o a leer concienzudamente. La ignorancia consciente alienta la crítica inmanente. En este aspecto, el desconocimiento nos ayuda a acercar el mundo, en gran medida, hacia lo racional.

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